Lectura: 1 Corintios 15:12-26

En el año 410 d.C., los bárbaros germanos conocidos como los godos saquearon la ciudad de Roma. Durante la invasión, muchos cristianos fueron condenados a muerte en formas horribles y crueles.

En medio de esta tragedia, el gran teólogo Agustín (354-430 a.C.) escribió su clásico La ciudad de Dios.  Sus reflexiones, ahora con más de 15 siglos de antigüedad, están todavía frescas en la actualidad.

Agustín escribió: “El fin de la vida pone al lado a las vidas más largas, con las más cortas…”  “La muerte se convierte en mala sólo cuando es seguida por el castigo merecido. Entonces, los que están destinados a morir no tienen por qué preguntarle por qué morirán, sino en lugar de esto deben pensar que la muerte tan sólo es el inicio para ellos”.

Para aquellos que confían en Jesús Cristo, la muerte no es un policía que nos está esperando afuera de la sala de juicio, sino un siervo nuestro que anuncia la presencia de un Dios amoroso. El apóstol Pablo entendió esto porque miraba a la vida y la muerte desde la perspectiva de Cristo. Él sabía que la muerte le llevaría al lado de Cristo, y pudo declarar con valentía: «La muerte es devorada en victoria» (1 Cor. 15:54).

Cada creyente debe mostrar el mismo valor. A causa de la muerte y resurrección de Jesucristo, hemos puesto nuestra fe en Él y podemos mirar a la muerte no como un punto y aparte, sino una coma que precede a una gloriosa eternidad con nuestro Señor.

1. Nuestra vida en esta tierra es tan sólo tan efímera como las hojas de pasto, las cuales tienen un propósito de existir, servir como alfombra a las criaturas, ser alimento para otros, dar cobertura a la tierra productiva o simplemente nacer, crecer y morir para servir de abono a nuevas hojas.  ¿Tu vida tiene algún significado?  Cristo te lo puede dar, tan sólo deja que Él te use como un instrumento de su maravillosa obra y nos esperan cosas inimaginables en la otra vida.
2. La muerte no es un punto y aparte, es tan sólo una coma.

NPD/HWR