Lectura: 1 Tesalonicenses 5:12-22

A inicios del siglo 19, a un hombre lo condenaron debido a un delito muy extraño: lo declararon culpable de ser un “desalentador”.  Durante la guerra de los Boer (1899-1902) en Sudáfrica, la ciudad de Ladysmith estaba siendo atacada y este traidor corría en medio de las filas de soldados que protegían la ciudad, haciendo todo lo posible por desalentarlos, diciéndoles que el enemigo era superior, que ellos no soportarían, que eran vanos los intentos por defender la ciudad.  Este hombre no usó un arma en su ataque contra la voluntad de las tropas defensoras, y no era necesario, ya que su arma fue el desaliento.

El aliento puede ser un poderoso amigo que fortalece al débil, le da valor al que está desanimado y esperanza al que ya no la tiene.  Una de las mejores cosas que una persona puede hacer es animar a otros.

Debido a las circunstancias de la vida, muchos creyentes se ven expuestos a los ataques del enemigo y se sienten tentados a darse por vencidos en su lucha espiritual; es en estos momentos cuando necesitan una palabra de aliento.

Todos en algún momento necesitaremos de unas palabras llenas de compresión, agradecimiento y seguridad; y mucho mejor si estas palabras están sazonadas por la oración sincera.

1. Alguien necesita ser animado hoy, vamos, sé un instrumento del amor de Dios (1 Corintios 13).

2. Un poco de aliento puede significar muchísimo para alguien que lo necesita.

HG/MD

“Hermanos, también les exhortamos a que amonesten a los desordenados, a que alienten a los de poco ánimo, a que den apoyo a los débiles, y a que tengan paciencia hacia todos” (1 Tesalonicenses 5:14).