Lectura: Job 23:1-17

Nadie lo dudaba, Job era un buen hombre, temía a Dios, ayudaba a los que estaban en necesidad y se enfrentaba a los que hacían el mal.  Sin embargo, este gran hombre cometió un error al tener un concepto muy alto de sí mismo, y esto lo confirman constantemente los versos que hoy leímos en Job 23:2-10, donde él expresa que si Dios lo escuchara de la manera que lo hace un juez, podría concluir que es inocente y tan puro como el oro.  Podemos pensar que esta última declaración en el verso 10 resulta un tanto pretenciosa, pero al mismo tiempo de esta forma hubiera podido probar que las acusaciones de Elifaz eran falsas (Job 22:5).

Finalmente Dios confrontó a Job, haciéndole ver su pequeñez delante de Él, “Cíñete, pues, los lomos como un hombre; yo te preguntaré, y tú me lo harás saber” (Job 38:3).  A partir de este verso, el Señor proporciona toda una serie de pruebas para ubicar a Job en su posición como siervo de Dios, delante del Todopoderoso. Job finalmente guarda silencio y su espíritu recibe una lección de humildad del mismo Dios, admitiendo con ello que había actuado con ignorancia, “Por tanto, me retracto y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6).

Siempre será una tentación tener un concepto más alto de nosotros mismos, que el que debemos; pero cuando esto ocurre, lo que corresponde es recordar nuestra posición de siervos y sobre todo de pecadores, que inmerecidamente fuimos perdonados por la infinita gracia de Dios.

  1. Cuando el orgullo aparezca recuerda al Hijo de Dios muriendo por ti clavado en la cruz, tu arrepentimiento por los errores cometidos y la felicidad que sientes debido a la nueva vida en Cristo que tienes hoy.
  2. No merecemos nada, pero Dios nos ha dado todo: perdón y amor aunque no lo merezcamos.

HG/MD

“Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó”  Efesios 2:4