Lectura: Salmos 73:1-17

La envidia es una tentación con la que todos tenemos que lidiar. El pueblo de Dios puede preguntarse si una vida disciplinada vale la pena, al compararla con la vida de placeres que quienes rechazan y hasta se burlan de Dios.

Es difícil ver a la gente que vive un estilo de vida de lujos gracias ganancias mal habidas. Tienen todo lo que siempre quieren, casas palaciegas, coches de lujo, muebles caros, ropa fina y lo último en equipamiento deportivo y tecnológico.

Nunca parecen tener ningún problema. Sus vidas parecen estar tan libres de preocupaciones. No tienen cargas. Se ríen de las cosas que nos preocupan. Esto puede realmente afectarnos como creyentes. Hace que te preguntes si una vida de piedad, vale la pena.

Eso es lo que le pasó a Asaf. Él escribió: “En cuanto a mí, por poco se deslizaron mis pies; casi resbalaron mis pasos porque tuve envidia de los arrogantes al ver la prosperidad de los impíos..” (Salmo 73:2-3). Pero Asaf fue a la casa de Dios, y su punto de vista fue restaurado al considerar el destino final de los malvados (v. 17).

Cuando comienzas a envidiar la riqueza de los malvados y piensa en la idea de cambiar lugar con ellos, recuerda hacia dónde se dirigen. En el mundo futuro que les espera, desearán poder negociar lo que tuvieron y disfrutaron, tan sólo por un sólo momento de alivio.

  1. Los malos puede que parezcan prósperos ahora y que viven sin cuidado.  Pero van a pasar la eternidad, viviendo en el terror y la desesperación. ¿Quieres eso para tu vida?
  2. No dejes que la atracción magnética de los placeres mundanos, te aleje de Dios, recuerda tu destino final.

HG/MD

“Habiendo pues dejado toda maldad, todo engaño, hipocresía, envidia y toda maledicencia” (1 Pedro 2:1).