Lectura: 2 Corintios 3:1-11

A la pequeña Susana le encantaba que su abuelito le leyera cuentos.  Se sentaba a su lado en el sillón y escuchaba cada palabra.  Mientras él leía, la niña examinaba los detalles de cada dibujo y esperaba con ansias oír lo que diría la página siguiente.

Al pensar en Susana y en su fascinación por los cuentos, comprendo que a la mayoría nos gustan las historias, pero si lo pensamos un poco más nos daremos cuenta que también nosotros somos personajes principales de nuestras historias.

Es por ello que en cada situación sea esta buena, mala o indiferente, aquellos que nos rodean están observando y escuchando lo que les relatamos.

Nuestra historia no sólo se comunica con palabras, sino también mediante la actitud y las reacciones frente a las dificultades y las bendiciones de la vida.  Nuestros hijos, nietos, cónyuges, vecinos y compañeros de trabajo observan la historia que les narramos en vivo.

También el apóstol Pablo nos recuerda que, como seguidores de Cristo, nuestras vidas son como una carta “conocida y leída por todos los hombres”, ya que somos “carta de Cristo” … “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo” (2 Corintios 3:2-3).

  1. En la carta de nuestra vida ¿Qué historia leen aquellos que nos ven de cerca? ¿Relatos de perdón, compasión, generosidad, paciencia, amor?
  2. Si experimentas el gozo de una vida llena de gracia por el Espíritu Santo que mora en ti, ¡disfruta de ser uno de los grandes narradores divinos de historias!

HG/MD

“Es evidente que ustedes son carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones humanos” (2 Corintios 3:3).