Lectura: Efesios 4:25-32

Aristóteles dijo: «Cualquiera puede enfadarse, eso es fácil; pero enfadarse con la persona adecuada, en la medida adecuada, en el momento adecuado, por la causa adecuada y de la manera adecuada… ¡eso no es fácil!”

En el verso Efesios 4:26 se nos deja en claro que la ira tiene un lugar en la vida del creyente.  De hecho, la falta de ella puede indicar debilidad espiritual.  La revista el Comentario del Púlpito comenta lo siguiente sobre la ira: “arma a las pasiones rápidamente contra el mal, y funciona con la fuerza y la eficacia de un instinto.  Si se mezcla con la malicia, se convierte en pecado; pero si se asociada con un carácter santo, es segura y buena.  Jesús aborrecía y también amaba. Las dos emociones no dependen una de la otra. Y no son más que las dos caras de una misma emoción sublime que convierte la vida, tantas veces insípida y aburrida, en una experiencia viva, equilibrada y alegre.  Lo mismo sucede con la ira.  Bajo la inspiración de una naturaleza santa, puede destellar con un poder maravilloso contra la maldad, la falsedad, y el deshonor”.

El enojarse con alguien a causa de resentimiento personal o por envidia es un pecado. Pero una ira santa, provocada por la injusticia o el mal, y acompañada por un deseo sincero de ver que la voluntad de Dios se lleva a cabo, es tanto sana, como eficaz.

1. Señor, ayúdanos a enojarnos, pero no pecar

2. La persona que no está enfadada con el mal, carece de entusiasmo por el bien.

NPD/RDH