Lectura: Filipenses 3:8-17

Era la primera vez que ponía en marcha el motor de su tractor nuevo.  Había una brisa fresca que recorría el campo. El estruendo del potente motor hizo callar a los grillos y a las aves mañaneras.  Se dirigía al campo de cultivo para iniciar su labor, bajó el arado mecánico y comenzó el recorrido por su tierra.

Mientras seguía su camino, el agricultor no dejaba de ver las pantallas, las palancas, los indicadores, sonidos y el poder del motor que hacía el nuevo tractor.  Cuando llegó al final del campo, se dio vuelta para ver los resultados, pero en lugar de la línea perfectamente recta que esperaba ver, lo que vio fue algo parecido a una serpiente que se deslizaba por todo su campo.

Al hombre se le había olvidado el primer principio a la hora de arar un campo: “Debes mantener tu mirada en el fin del campo en un punto de referencia inamovible, como por ejemplo en un poste”.  Y por supuesto al hacer esto la siguiente vez, el resultado fue el esperado, una línea derecha.

El apóstol Pablo aplicó un principio similar cuando nos escribió sobre tener nuestros ojos puestos en Jesús y en el impacto que esto puede ejercer en nosotros. Este hombre no sólo ignoró las distracciones (Filipenses 3:8,13), sino que se enfocó (vv. 8, 14), observó los resultados (vv. 9-11) y cumplió con el patrón establecido para otros (vv. 16-17).

  1. Si queremos tener un impacto directo con nuestra vida, debemos fijar nuestra mirada en Jesús.
  2. Cumpliremos el propósito de Dios al no distraernos con las cosas temporales que nos ofrece este mundo.

HG/MD

“Prosigo a la meta hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:14).