Lectura: Salmos 73:1-28

No somos ni los primeros ni los últimos en pensar que la vida es injusta.  Ni aun los creyentes más comprometidos están exentos de frustrarse al ver que a muchas personas que hacen el mal o que no están interesadas en los asuntos de Dios, les va bien.

Al ver al político corrupto, al ladrón que hurta impunemente, al ver la violencia doméstica, al joven fiestero e irresponsable que termina saliendo con la chica que nos gusta, todo esto mientras nosotros enfrentamos problemas financieros o de salud, o que el plan por compartir el evangelio con otros es frustrado y dificultado por otros creyentes que deberían estar de nuestro lado en lugar de dificultarnos las cosas; hace que nos sintamos decepcionados o que hayamos pensado que no servimos para nada.

Este es un sentimiento que ha acompañado a muchos creyentes, como ejemplo veamos el Salmo 73, en el cual se describe una lista extensa de formas en las cuales prosperan los malos, y que culmina con la siguiente frase que denota cierto tono de frustración: “¡Ciertamente en vano he mantenido puro mi corazón y he lavado mis manos en inocencia! (v.13).  Sin embargo, todos estos pensamientos de desánimo son dejados atrás, cuando vienen a la mente del salmista los tiempos que ha pasado en la presencia del Señor: “hasta que, venido al santuario de Dios, comprendí el destino final de ellos” (v.17).

Al pasar tiempos con Dios y ver las cosas como Él las ve, nuestra perspectiva empieza a cambiar.  Y quizás en algunos momentos nos sintamos frustrados por el aparente triunfo de la injusticia, pero todo esto tendrá un fin, que se encuentra ejemplificado por el dicho popular: mejor que ganar una batalla, es ganar la guerra. 

Por lo tanto, recordemos que nuestro transitar por esta tierra es temporal, más nuestro destino final es maravilloso y eterno, entonces vivamos de tal forma que demos la gloria a Dios en este momento, pensando en nuestro destino celestial (Filipenses 3:20).

  1. Alabemos a Dios por su presencia continua en nuestras vidas y descansemos en nuestro destino final a su lado (vv. 25-28).
  2. Nuestro Dios es suficiente, sin importar las circunstancias, confiemos en Él: “porque nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable” (2 Corintios 4:17).

HG/MD

“Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ardientemente al Salvador, el Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).