Lectura: Salmo 68:1-10

Hace algunos años mis amigos tuvieron que despedirse de uno de sus hijos quien había ganado una beca de estudio en un país bastante lejano.

A pesar de que sabían que lo habían criado con los mejores valores cristianos, estaban conscientes de que su hijo sería probado intelectual, física y espiritualmente.

También estaban al tanto de que, en cierto modo, su casa nunca volvería a ser completamente su hogar.  En los meses previos a la partida, su esposa y él se armaron de valor para encarar la situación.

Entonces, llegó el día en que su hijo tenía que ir al aeropuerto para emprender el largo vuelo a su nueva vida.  Se abrazaron y se despidieron; luego de unos minutos él cruzó las puertas camino a migración y las puertas de abordaje.

Me dijeron que el dolor de aquella difícil despedida parecía insoportable.  No recordaban haber llorado tanto como aquel día. El angustioso adiós y la sensación de pérdida que tuvieron, les partió el corazón.

En momentos así y otros que vivimos muchas veces en esta vida, debemos dar gracias por tener un Padre Celestial quien sabe lo que significa separarse de un Hijo amado.  Debemos estar agradecidos de tener un Dios que se describe como “Padre de huérfanos y juez de viudas” (Salmo 68:5). Hay que estar convencidos de que, si Él se ocupa de la soledad de los huérfanos y de las viudas, también nos cuidará y nos consolará… aun en esas ocasiones cuando enfrentemos las luchas que acompañan a las despedidas difíciles.

  1. Si estás pasando por una situación de separación de un ser querido o un dolor demasiado grande, no lo tienes que afrontar solo, acude a Dios para que te ayude a salir del valle de sombra de muerte (Salmos 23:4).
  2. Las despedidas de nuestros seres queridos que han puesto su confianza también en Jesús, no son un triste adiós, son tan sólo un hasta luego (Lucas 8:52).

HG/MD

“Todos lloraban y lamentaban por ella. Pero él dijo: No lloren. Ella no ha muerto, sino que duerme.” (Lucas 8:52).