Lectura: 1 Reyes 3:1-9

Creo que la mayoría ha oído historias relacionadas con situaciones donde algo o alguien le concede “tres deseos” a una persona.  Este tipo de relatos con moralejas aparecen en el folklore de muchos pueblos, y en gran cantidad de ellos quieren enseñar que casi siempre el ser humano busca cosas o estar en situaciones que no puede conseguir por sus propios medios, y que muy comúnmente ese tipo de “ofrecimientos” tiene alguna trampa o condicionante que va en detrimento de quien los recibe.

Esto me lleva a un relato bastante conocido de las Escrituras, cuando una noche el Señor se le apareció a Salomón en un sueño y le dijo: “Pide lo que quieras que yo te dé” (1 Reyes 3:5).  No me puedo imaginar esa situación, Salomón, pudo haber pedido cualquier cosa: riquezas, honra, fama, poder, en fin, lo que quisiera.

Pero, lo extraordinario de aquel insólito ofrecimiento, fue que este hombre no pidió nada de eso, tan solo pidió tener: “Da, pues, a tu siervo un corazón que sepa escuchar, para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo” (v.9). Dicho de otra forma: un corazón humilde y dispuesto a escuchar la Palabra de Dios y a aprender sus verdades. El joven e inexperto rey quien cargaba con la responsabilidad de gobernar una vasta nación, necesitaba la sabiduría del Señor para desempeñarse bien.

  1. ¿Tienes esa sabiduría? Si Dios te hablara directamente y te preguntara qué puede hacer por ti, ¿Qué le pedirías? ¿Salud, riqueza, juventud, poder, prestigio? ¿O le rogarías que te diera sabiduría, santidad y amor? ¿Serías sabio o insensato al pedir?
  2. El señor sigue haciendo ese ofrecimiento: “Y si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídala a Dios quien da a todos con liberalidad y sin reprochar y le será dada” (Santiago 1:5) ¿Y tú, le pedirías sabiduría?  No hay engaños o condicionantes en este ofrecimiento.

HG/MD

“Y si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídala a Dios quien da a todos con liberalidad y sin reprochar y le será dada” (Santiago 1:5).