Lectura: 1 Corintios 13:8-13

Resulta un tanto irónico que Jesús enseñara a los adultos, que su fe debía ser como la de un niño (Lucas 18:15-17). Por otra parte, el apóstol Pablo desafió a sus lectores a tener cuidado con la forma de pensar infantil (1 Corintios 13:11); quizás para entender esta diferencia debamos comparar una fe infantil, con la fe de un niño.

Un creyente con una fe infantil, piensa de la siguiente forma:

  • Los creyentes buenos no experimentarán dolor, ni sufrimiento, ni decepciones.
  • Dios quiere que siempre vivamos felices.
  • Dios siempre contesta mis oraciones afirmativamente.
  • La fe me ayudará a entender siempre lo que Dios hace.
  • Los creyentes buenos nunca se equivocan.

Por otra parte, un creyente con una fe como la de un niño, debe pensar de la siguiente forma:

  • Dios usa mi dolor y mis decepciones para hacerme un mejor creyente.
  • Dios desea que viva una vida según sus ordenanzas.
  • Entiendo que en ocasiones las respuestas a mis oraciones serán un: “espera” o simplemente un “No”.
  • La fe me ayudará a permanecer firme en mis creencias, sabiendo que vivo bajo la soberanía de Dios, a pesar de que en algunas ocasiones no comprendo su voluntad.
  • Mi fortaleza está en que acepto mi debilidad y mi dependencia de Dios.

Para resumirlo, una persona con fe infantil, evidencia que vive de forma egocéntrica, pensando que el mundo gira a su alrededor, a la espera de que Dios cumpla todos sus caprichos, y que es una obligación de Dios hacer que tenga una vida placentera debido a su fe en Él. Por el contrario, la persona con una fe como la de un niño, centra su confianza y dependencia en la figura de autoridad, en este caso Dios; descansa en Él, quien finalmente cumplirá Su voluntad perfecta en su vida y en la de quienes lo rodean, a pesar de que la mayoría de las veces le cueste comprenderla.

  1. ¿Cuál clase de fe tienes?
  2. La fe como la de un niño está centrada en Dios, en tanto que una fe infantil tan sólo busca lo suyo propio.

HG/MD

“De cierto les digo que cualquiera que no reciba el reino de Dios como un niño, jamás entrará en él” (Lucas 18:17).