Lectura: 1 Corintios 3:1-10

En un cuento se hablaba sobre la rivalidad de dos hombres que era conocida por todos los dueños de negocios del Centro Comercial; ellos siempre estaban atentos a las promociones y estrategias de ventas que él otro realizaba.

Y es que sus negocios estaban literalmente frente a frente, por eso es que cuando uno tenía su negocio lleno y el otro no tanto, salía al frente de su negocio y le mostraba una sonrisa triunfante a su rival.

Una noche, el ángel del Señor se le apareció a uno de ellos en un sueño y le dijo: “Te daré lo que pidas, pero, de eso, tu competidor recibirá el doble. ¿Qué quieres?”. El hombre frunció su ceño y, después respondió decididamente: “Haz que me quede ciego de un ojo”.  ¡Esos si son celos de la peor clase!

Los sentimientos de celos tienen el suficiente potencial como para destruir lo que sea y eso le estaba pasando a la recién fundada iglesia de Corinto. Estos creyentes habían recibido el evangelio, pero no habían permitido que el Espíritu Santo tomara el control de sus vidas.

La consecuencia de esta mala actitud celosa colectiva, produjo una comunidad dividida. Pablo identificó este sentimiento como una señal de inmadurez y mundanalidad (1 Corintios 3:3). No estaban actuando como personas que habían sido transformadas por el evangelio, sino como no creyentes.

  1. Es importante que comprendamos que uno de los indicadores más evidentes de que el Espíritu Santo está obrando en nuestra vida es: estar contentos con lo que tenemos y estar agradecidos por todo (1 Timoteo 6:6-8; Filipenses 4:10-13).
  2. En lugar de sentir celos entre nosotros, alegrémonos de los éxitos y las bendiciones de quienes nos rodean.

HG/MD

“Sin embargo, grande ganancia es la piedad con contentamiento” (1 Timoteo 6:6).