Lectura: Hebreos 13:1-6

Hace algunos años leí un cuento que decía lo siguiente:

Un grupo de científicos y botánicos estaban explorando las regiones remotas de los Alpes en búsqueda de nuevas especies de flores. Un día se dieron cuenta a través de unos binoculares, de una flor de tal rareza y la belleza que su valor para la ciencia eran incalculable. Pero estaba en una profunda quebrada con acantilados a ambos lados.  Y para obtener la flor alguien tenía que bajar por el peligroso acantilado en una cuerda.

Un muchacho joven y curioso observaba de cerca, y los científicos le dijeron que le pagarían bien si él estaba de acuerdo en bajar por el acantilado para extraer la extraña flor.

El muchacho dio una larga mirada hacia abajo, en dirección a las profundidades vertiginosas y empinadas y dijo: “Voy a estar de vuelta en un minuto.” Poco tiempo después regresó, seguido por un hombre de pelo gris.  Al acercarse al botánico, dijo el muchacho: “Voy a bajar por ese acantilado y a conseguir esa flor para ustedes, sólo si este hombre sostiene la cuerda.  Él es mi padre”.

  1. ¡Qué clase de fe mostró ese muchacho! ¿Has aprendido a confiar en el Señor, tal como ese muchacho?  Si alguien más era designado para tomar la cuerda, no se atrevería a bajar.  ¿Estás dispuesto a decir: “Si mi Padre Celestial detiene la cuerda, ¡no temeré!”?
  2. El miedo se desvanece, cuando confiamos en nuestro Padre.

HG/MD

“De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi socorro, y no temeré. ¿Qué me podrá hacer el hombre?” (Hebreos 13:6)