Lectura: Salmos 46:1-11

Imaginemos por un momento esta escena: “Luego de unos minutos, la asistente te pasa al consultorio, te sientan en una silla que parece salida del futuro, te reclinan, encienden una luz potente y empiezan a prepararte, recibes una inyección de anestesia, y oyes el sonido inconfundible del taladro”.  Ya sabes dónde estamos, así es, en el consultorio del dentista.  Seguramente tu lenguaje corporal y expresión facial delatan que estás asustado por lo que va a pasar y en ese momento el dentista te dice sonriendo: “Todo va a estar bien, intenta relajarte”.

Sin duda, no es fácil relajarse en un momento así.  De hecho, intentar requiere de esfuerzo mental, mientras que relajarse requiere de lo contrario, de no hacer nada, ningún esfuerzo.  Esas dos palabras “intentar” y “relajarse” no parece que puedan citarse en una misma frase, y, además, esto no ocurre solamente con el dentista, sino también en el ámbito espiritual.

Con más frecuencia de lo que debiera me resisto a seguir la voluntad de Dios, en muchas ocasiones lo que hago es presionar para que se cumplan mis deseos y no sus propósitos; cuando me veo sin salida y comprendo que debo confiar en Dios, es cuando se hace muy difícil “intentar relajarme”, depositando mi fe absoluta en que Dios está a cargo de todo, a pesar de que en esos momentos no logre comprenderlo.

En el Salmo 46:10 encontramos el conocido pasaje que nos dice: “Estén quietos y reconozcan que yo soy Dios”.  En los momentos en que nuestro corazón se encuentre angustiado, este verso nos debe hacer recordar en el Dios en quien hemos depositado nuestra fe, el Dios absoluto y Señor de señores.

  1. La única forma en que podremos estar quietos es confiando en Dios verdaderamente.
  2. Descansemos en el cuidado de Dios y hallaremos la paz que sólo Él puede darnos.

HG/MD

“Estén quietos y reconozcan que yo soy Dios. Exaltado he de ser entre las naciones; exaltado seré en la tierra” (Salmo 46:10).