Lectura: Marcos 10:46-52

Un par de viejos amigos estaban hablando sobre una cirugía importante que tenía que realizarse uno de ellos, el procedimiento era bastante complejo y tenía que ser realizado porque si no su vida corría peligro.

Así que, el enfermo le dijo a su amigo: “sabes, tengo miedo de esta operación”.  “Pero no entiendo qué te asusta” le contestó el otro.  “Tengo miedo de no despertar luego de la anestesia”.  De inmediato, su amigo le puso la mano sobre el hombro y le dijo, “¿Puedo orar por ti?” Entonces oró diciendo: “Señor Jesús, tu conoces el miedo de mi amigo, por favor tranquiliza su corazón y llénalo de tu paz.  Y Señor, una cosa más, despiértalo después de la cirugía”.

Me parece que a Dios no le disgusta cuando somos muy específicos a la hora de hablarle.  Por ejemplo, cuando Bartimeo, el mendigo ciego, le rogó a Jesús que lo ayudara: “Jesús le respondió diciendo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: Rabí, que yo recobre la vista. Jesús le dijo:  Vete. Tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y seguía a Jesús en el camino” (Marcos 10:51-52).

Al estar delante de Dios podemos ir tranquilos y comentarle como nos sentimos en un momento determinado.   Por supuesto, habrá ocasiones cuando oraremos poéticamente como lo hizo David, pero también habrá momentos para expresarse de forma directa: “Dios, lamento muchísimo lo que acabo de decir”; o tan solo: “Jesús, te amo porque…”; ya que no estamos hablando con un Ser distante, sino con Alguien real que nos ama profundamente.

  1. A Dios nunca le ha impresionado que puedas usar todas las palabras difíciles del diccionario, ya que Él escucha lo que dice tu corazón.
  2. Habla con Dios diariamente, agradece por cuánto te ha bendecido, cuéntale cómo te sientes, tus sueños e ilusiones, dile cuánto te agrada servirle a él y a otros, y por último, si alcanza el tiempo, pídele a Dios que de acuerdo con su voluntad conteste tus peticiones.

HG/MD

“Y asimismo, también el Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades; porque no sabemos cómo debiéramos orar pero el Espíritu mismo intercede con gemidos indecibles” (Romanos 8:26).