Lectura: Éxodo 8:20-32

Unos amigos me contaron de la pesadilla que vivieron en su último viaje de pesca, decían que el lago donde acostumbraban pescar, desgraciadamente tenía unas invitadas poco deseadas: moscas.  Uno de ellos decía: “Eran tan grandes que se necesitaban pistolas para defenderse de ellas.  El aerosol con repelente no servía para nada, quizás para lo único que servía era para golpearlas”.

Las picaduras de algunos tipos de moscas duelen mucho y provocan que la piel se hinche.  Cuando esto sucede, de seguro la vida se vuelve muy complicada aun para realizar las acciones más sencillas, como por ejemplo vestirse.

Ahora bien, imagínate por un segundo, y trata de pensar en lo que sucedió con los habitantes de Egipto cuando la cuarta plaga golpeó con toda su fuerza aquella lejana tierra (Ex.8:20-24). Tal y como lo profetizó Moisés a Faraón: “Vino una densa nube de moscas sobre la casa del faraón, sobre las casas de sus servidores, y sobre toda la tierra de Egipto. La tierra quedó devastada a causa de ellas.”  Todo esto sólo afectó a los egipcios; los israelitas permanecieron a salvo sin sufrir las picaduras de estos insectos.

Esta era ya la cuarta de las plagas que azotaba a Egipto y por lo tanto no era nada nuevo para el Faraón; después que las moscas desaparecieron, no cambió de parecer y endureció su corazón. (v.32), con lo cual expuso a su pueblo, a juicios cada vez más severos de parte de nuestro Dios.

En ocasiones Dios puede utilizar medidas muy fuertes con tal de captar nuestra atención. Estos “enjambres de moscas”, pueden adoptar diferentes formas: “problemas, fracasos, culpas, desprecio, etc.  En estos momentos necesitamos escuchar, ser humildes y sensibles, para poder escuchar lo que Dios nos quiere enseñar por medio de los tiempos de prueba.

  1. Escuchemos atentamente a nuestro Señor, mientras todavía vivimos en calma, antes de que puedan empezar a zumbar las molestas moscas.

 

  1. El endurecimiento espiritual del corazón, es más peligroso que el endurecimiento de las arterias.

HG/MD

“¡Oh, si mi pueblo me hubiera escuchado; si Israel hubiera andado en mis caminos…!” (Salmos 81:13).