Lectura: Filipenses 2:14-30

Animar a otros debe ser algo imprescindible para los creyentes; no obstante, la carta a los filipenses nos indica que esto puede ser muy costoso.

A pesar de que se encontraba en prisión, momento que, por supuesto pudo haber sido uno de los peores de su vida, el apóstol aun pensaba en otros, y es por ello que envío a su buen amigo y consiervo Timoteo, quien era un creyente extraordinario (Filipenses 2:21), para transmitirle a los creyentes de Filipos que a pesar de sus prisiones había muchos motivos para estar felices y saber de ellos.

Además de esto, durante esa difícil situación en la que se encontraba Pablo, un hombre de la iglesia de Filipos llamado Epafrodito había venido a visitarlo para ayudarle, pero al poco tiempo se había enfermado gravemente, y ahora estaba recuperado y quería que Timoteo lo llevara nuevamente con sus hermanos (2:26), quienes habían estado muy preocupados por su salud.

El ejemplo de estos tres hombres: Pablo, Timoteo y Epafrodito, nos describe no sólo con palabras sino también con hechos, que como creyentes debemos estar dispuestos a dar un poco más allá de lo que creemos es suficiente, en favor de otros.

  1. Para llegar a ser un creyente que aliente, debes recordar siempre que la fuente máxima de aliento, no son las personas, o las autoayudas, sino Dios; debes siempre ir a Él para recibir aliento para luego alentar a otros.
  2. Aunque no tengas nada que dar, puedes dar aliento.

HG/MD

“De igual modo, gócense también ustedes y regocíjense conmigo” (Filipenses 2:18).