Lectura: Juan 20:24-31

Es completamente normal que un creyente en Jesús ocasionalmente tenga dudas sobre asuntos de la fe. 

También, existen algunos cristianos que se autodenominan “maduros y fieles”, dicen que jamás cuestionarían sus creencias; no obstante, es una verdad que todos en algún momento viviremos experiencias que fortalecerán nuestra fe, y además viviremos situaciones que nos harán dudar temporalmente.

Tal como se ejemplificó en nuestra lectura devocional, en un principio el discípulo Tomás dudó de los informes sobre la resurrección de Jesús, diciendo: “…Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi dedo en la marca de los clavos y si no meto mi mano en su costado, no creeré jamás” (Juan 20:25).  Jesús no lo reprendió, sino que le dio las pruebas de lo que pedía.  Sorprendido al comprobar sin lugar a dudas que su Señor y Salvador había resucitado, Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28).

Después de ese incidente, el Nuevo Testamento no nos cuenta nada más sobre este discípulo. Sin embargo, varios relatos de tiempos de la iglesia primitiva, afirman que Tomás fue como misionero a la India. Se dice que, mientras estuvo allí predicó el evangelio, hizo milagros y fundó iglesias. Algunas de esas iglesias todavía siguen siendo congregaciones que atribuyen su fundación a Tomás.

  1. Un momento de duda no tiene por qué hacerte sentir mal, pero tampoco debe llegar a convertirse en un patrón de vida. Deja que Dios te guíe para que comprendas más profundamente sus verdades.
  2. Renueva tu fe. Aún puedes lograr grandes cosas para Él.

HG/MD

“Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28).