Lectura: Mateo 22:34-39

Una mujer me contó que, cuando era niña, a sus vecinitos no se les permitía jugar con ella porque la niña no iba a la iglesia. Más tarde, cuando se hizo cristiana y se lo contó a su mamá, ésta le respondió, «no vas a comenzar a actuar como que eres mejor que todos nosotros, ¿cierto?». Esa mamá había recibido de sus vecinos la impresión equivocada de lo que era ser cristianos.

Es bueno estar vigilantes en cuanto a las influencias en las vidas de nuestros hijos, pero no a expensas de compartir el amor de Dios con nuestros vecinos. Las palabras de Jesús en Mateo 5:14-16 nos lo recuerdan: «Vosotros sois la luz del mundo? Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

Puede que sintamos una tensión entre vivir una vida santa y «apartada» (2 Co. 6:17) y el gran mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt. 22:39). Pero estos dos conceptos no están realmente en conflicto. Una parte esencial en la vida de obediencia a Dios es mostrar preocupación y amor por los perdidos.

Ya que no hicimos nada por merecer la salvación, no tenemos nada de qué alardear. Pablo escribió, «porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8-9).

1. ¡Comparte este regalo de la gracia con los demás!

2. Es un privilegio contar las buenas nuevas con otros, no te veas nunca como egoísta privilegiado que no quiere que otros tengan lo que ahora disfrutas.

NPD/CHK