Lectura: 1 Corintios 3:5-15

En una ocasión una persona le preguntó al ministro de su iglesia lo siguiente: “¿Por qué debo ser ahora como Cristo si llegaré a ser como Él cuando llegue al cielo?

Esta es una pregunta muy profunda, y más cuando en realidad es más sencillo seguir siendo como uno es y no cambiar nada.

Es por esto que para contestar esta pregunta hay que pensar detenidamente, y quizás la razón más poderosa de todas es que, un día cuando lo veamos y comparezcamos delante del Señor, se nos pedirá cuentas de si hemos vivido conforme a su voluntad.  El apóstol Pablo expresa esta realidad de una manera sencilla y directa: “Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno u hojarasca, la obra de cada uno será evidente, pues el día la dejará manifiesta. Porque por el fuego será revelada; y a la obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará” (1 Corintios 3:12-13).

Todo lo que hagamos por agradecimiento a su inmerecido rescate y para el progreso de su reino, como: ayudar a nuestros hermanos y hermanas, servir a quien menos tiene, vivir de la forma que Él quiere que vivamos, o compartir con otros las buenas nuevas de salvación, son acciones básicas que sobrevivirán al fuego del juicio.

Por otra parte, todas aquellas labores que sean realizadas para elevar nuestro ego o satisfacer los deseos temporales con decisiones basadas meramente en lo material, se convertirán en cenizas delante del fuego consumidor del Señor.

  1. La decisión es sencilla: Parecerse a él o continuar con nuestra vana manera de vivir que sólo nos traerá resultados temporales.  La idea de presentarse ante Él sobre un montón de cenizas, es una idea para nada agradable y correcta.
  2. No despreciemos nuestra vida, enfoquémosla en la mejor inversión: el reino de Dios.

HG/MD

“En esto hemos conocido el amor: en que él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestra vida por los hermanos” (1 Juan 3:16).