Lectura: 1 Juan 4:7-21

Hace algún tiempo vi un documental sobre Australia, específicamente hablaban de la ciudad de Alice Springs, a la cual se le conoce como el “corazón rojo” de Australia.  Se trata de una tierra caracterizada por tener un paisaje donde predomina el color rojo, y no muy lejos de ahí, se encuentra el monolito más grande del mundo: Uluru, el cual se levanta a más de 300 metros de altura y tiene una base de 10 kilómetros de ancho.

El documental iniciaba con una toma aérea del monolito, la cual hacía ver aquella roca de un tamaño pequeño, pero conforme se iba acercando, se podía apreciar la inmensidad de aquella mole.  Al verla me sentí pequeño e insignificante, esa piedra había estado ahí durante miles de años, y al compararla con mi vida me sentí como una brisa pasajera.

Pero, fue en ese momento que entendí otra cosa aun más importante, Dios el Creador del universo, el creador de maravillas como Uluru, me ama a mí.  Ese mismo Dios todopoderoso, creativo, me amó a mí el insignificante, antes del inicio de este mundo y de que yo lo conociera, pero, ¿por qué?: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).

  1. En ese documental el presentador dijo una cosa más sobre Uluru, que se podía ver tan sólo la punta de aquella roca roja pese que se extiende casi 5 kilómetros por debajo de la superficie de aquel desierto rojo.  Así es el amor de Dios para con nosotros: profundo, sólido y hermoso.
  2. Vales mucho, tanto que Dios envió a su propio Hijo a morir para darte vida (Juan 3:16).

HG/MD

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).