Lectura: 1 Samuel 15:17-30

¡Te falta ambición!  Esta es una frase que no nos gustaría ver en nuestra evaluación laboral.  En el ámbito del trabajo, a los empleados que no tienen ambiciones raras veces los ascienden a una mejor posición en la organización.  No se pueden lograr las metas si no existe un deseo claro de alcanzar un objetivo específico de la mejor manera posible.

Pero, cuidado, la ambición tiene un lado oscuro. A menudo, puede alimentar más al “yo” haciéndote perder de vista lo verdaderamente importante que es: nuestra familia, el beneficio común y nuestra integridad.

Esto les sucedió a muchos de los reyes de Israel, y como ejemplo, el primero de ellos: Saul. Este hombre que, al inicio de su reinado parecía ser muy introvertido (1 Samuel 9), poco a poco fue cayendo en el error de creer que esa posición de autoridad dada por Dios, era para conseguir sus malvadas metas, y no para ponerla al servicio de los demás en su labor de rey.

Se le olvidó que Dios le había encomendado liderar a su pueblo para que fueran luz ante las otras naciones, y que todos pudieran ver la diferencia en su manera de actuar.  Pero Saúl no quiso obedecer y siguió pecando sin ningún tipo de remordimiento (1 Samuel 15:30).

Es por ello que como creyentes se nos llama a hacer la diferencia, en lugar de tratar de ascender a posiciones de poder sobre los demás para satisfacer nuestros deseos y nuestro ego, Dios llama a su pueblo a vivir de una manera nueva y diferente. No debes hacer nada motivado por una ambición egoísta (Filipenses 2:3), y tienes que dejar de lado el peso del pecado que te atrapa (Hebreos 12:1).

  1. Si en verdad deseas “ascender”, haz que tu ambición sea amar y servir a Dios con toda humildad y con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas (Marcos 12:30).
  2. Que no te falte ambición para compartir tu fe y las habilidades con que Dios te ha provisto para su servicio y el de tus semejantes.

HG/MD

“No hagan nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimen humildemente a los demás como superiores a ustedes mismos” (Filipenses 2:3).