Lectura: Salmos 24:1-10

Una de las cosas que aprendimos de la crisis de salud que recién pasamos, es la importancia de lavarse bien las manos, esto debido que existe una constante amenaza de gérmenes y virus que contagian enfermedades.

Los funcionarios de la salud nos recuerdan permanentemente que las manos sin lavar constituyen el mayor agente de propagación de esos microorganismos.  Por eso, además de los avisos que alertan sobre lavarse las manos, los lugares públicos suelen ofrecer desinfectantes para ayudar a los visitantes a prevenir los gérmenes y las bacterias.

El rey David también habló acerca de la importancia de ser “limpio de manos”, pero por una razón completamente distinta.  Él escribió que unas manos limpias son clave para poder entrar en la presencia de Dios para adorar: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Sólo los de manos limpias y corazón puro, que no rinden culto a ídolos y nunca dicen mentiras” (Salmo 24:3-4).

Por supuesto que aquí ser “limpio de manos” no hace referencia a la higiene personal, sino que es una metáfora sobre nuestra condición espiritual: limpios de toda la maldad del pecado (1 Juan 1:9). Nos habla de una vida consagrada, recta y que busca hacer la voluntad de Dios, lo cual nos permite estar sin mancha delante de nuestro Señor mientras gozamos del privilegio de adorarlo.

Si Él vive en nosotros puede ayudarnos a hacer lo correcto, para que nuestras manos estén limpias y nuestro corazón preparado para adorar a nuestro gran Dios.

  1. Debemos estar conscientes de que el Espíritu Santo mora en nosotros, de ahí la importancia de mantener nuestras manos y corazones limpios de maldad.
  2. Solamente una relación cercana y creciente con Jesús puede prepararnos para adorar a Dios de la manera en la cual se merece.

HG/MD

“Pero si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).