Lectura: 2 Pedro 1:2-11

Siempre me gusta ver las reacciones de las personas cuando tengo que tomar un avión.  Por ejemplo, en uno de los vuelos, se sentaron frente a nuestra fila de asientos, una familia con un pequeño quien al parecer nunca había volado.

Cuando el avión despegó, el niño dijo: “¡Mamá, mira cuán alto estamos, y todo se ve cada vez más pequeño”!  Unos segundos más tarde, con una mirada de sorprendido, le dijo a su papá: “¿Esas de ahí son las nubes?  ¿Qué hacen debajo de nosotros?”  Mientras todo esto pasaba los otros pasajeros, incluidos nosotros, aprovechábamos para dormir o comer un bocadillo, pero aquel niño seguía pegado a la ventanilla, estaba maravillado por todo lo que veía.

Los “viajeros experimentados” en la vida espiritual, corremos el riesgo de perder nuestra capacidad de maravillarnos, y en ocasiones las historias bíblicas que nos estremecían, ahora se tornan cada vez más comunes o hasta aburridas.  También podemos caer en la rutina de tomar la oración como algo que debemos hacer por norma y no porque nazca de nuestro corazón hablar con Dios.

Es por esto que el apóstol Pedro motivó a los primeros creyentes a seguir creciendo en la fe, la virtud, el conocimiento, el dominio propio, en la perseverancia, en nuestra devoción, en afecto fraternal, en el amor (2 Pedro 1:5-7). A esto agregó: “Porque cuando estas cosas están en ustedes y abundan, no los dejarán estar ociosos ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (v.8).  Sin la práctica diaria de estas cosas, corremos el riesgo de perder nuestra visión y olvidar el agradecimiento que debemos tener por la salvación que hemos recibido sin merecerla (v.9).

  1. Señor, concédenos tu gracia para seguir maravillándonos cada día debido a que hemos puesto nuestra fe en ti, el Creador de todo el universo.
  2. Mantengámonos cerca de Dios, la única forma de hacerlo es pasar tiempo diariamente con Él. 

HG/MD

“Porque cuando estas cosas están en ustedes y abundan, no los dejarán estar ociosos ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:8).