Lectura: Marcos 3:1-6

Sin detenerse bombea oxígeno y el líquido vital lleno de nutrientes a través de nuestro cuerpo para mantenerlo vivo.  Esta central de energía del tamaño de un puño, late 100.000 veces por día y hace circular 2.000 galones de sangre por día, por supuesto nos referimos a nuestro corazón.

Ahora bien, el corazón espiritual también es una obra asombrosa, ya que puede ser suave al toque de Dios, o puede volverse duro como la piedra.

La Biblia ofrece al menos cuatro síntomas de un corazón duro.  El primer síntoma es oponerse repetidamente a una acción que Dios desea. Faraón es una ilustración perfecta de este síntoma. Dios deseaba la libertad para su pueblo, pero Faraón deseaba la esclavitud. Leemos en Éxodo que Faraón endureció su corazón varias veces al no dejar que el pueblo de Dios saliera de Egipto.

Un segundo síntoma es manifestar una actitud crítica hacia Dios y su obra. En Éxodo 17:1-7, el pueblo de Dios se quejó y argumentó contra Dios y contra su liderazgo porque tenía sed. No confió en que el Dios que los había liberado era el mismo Dios que los alimentaría.

Como tercer síntoma encontramos el hecho de mostrar una actitud indiferente hacia los demás. Santiago 2:15-16 y 1 Juan 3:17 nos recuerdan que nuestra fe se siente obligada a mirar hacia fuera y satisfacer las necesidades prácticas de los demás.

El cuarto síntoma mencionado, es no comprender la obra redentora de Dios en el mundo. Lee Marcos 3:1-6. En vez de regocijarse porque Jesús había sanado al hombre con la mano deformada, los líderes religiosos lo criticaron por hacerlo en día sábado. Jesús estaba molesto y perturbado por sus duros corazones.

  1. Permite que el Señor, analice la salud de tu corazón.  Si tu corazón está endurecido, permite que Dios lo llene de su gracia echando fuera todo el odio o terquedad que pueda tener.
  2. Un corazón suave, humilde y sobre todo un corazón que obedece, es lo que desea el Señor.

HG/MD

“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado. Al corazón contrito y humillado no desprecias tú, oh Dios.” (Salmos 51:17).