Lectura: Efesios 3:14-21

Un niño caminaba con su padre en la playa, al pequeño de tres años le encantaban las pequeñas piedras de colores que se encuentran en algunas playas.  El chico empezó a recoger piedras de colores de todo tipo y tamaño, desde las más pequeñas hasta las medianas.

Al cabo de un tiempo sus manos y bolsillos estaban llenos, así que empezó a llevarlas en sus pequeños brazos, después de un tiempo era tanto el peso que empezó a quedarse atrás.  Era evidente que sin ayuda nunca llegaría a la habitación del hotel donde estaban hospedados, así que su padre le dijo: “Ven, déjame cargar tus piedras”.

Por un momento la cara del niño cambió y se negó a recibir ayuda, pero luego tuvo una ocurrencia que resolvía su problema; le dijo a su padre: “Lo tengo, tú me cargas a mí y yo cargo mis piedras”.

Al pensar en esta historia, pude recordar mi propia resistencia e insistencia infantil al querer llevar por mí mismo algunas cargas.  Jesús ofrece llevar nuestras cargas y nosotros nos resistimos por mera necedad y orgullo: “Tú me cargas a mi Señor, pero yo sigo cargando mis…”, ponle el nombre del problema que tengas.

No es inteligente tratar de llevar nuestras cargas solos, pese a que Jesús nos pide que depositemos nuestras cargas en Él: “Echen sobre él toda su ansiedad porque él tiene cuidado de ustedes” (1 Pedro 5:7).

  1. ¿Has puesto ya tus “piedras” en los todopoderosos brazos de Jesús?
  2. Confía en Jesús, Él es Dios.

HG/MD

“Echen sobre él toda su ansiedad porque él tiene cuidado de ustedes” (1 Pedro 5:7).