Lectura: Salmos 114:1-8

Desde la antigüedad, el hombre con su ímpetu ha logrado deslizarse sobre la superficie de los mares viajando de un lugar a otro acortando las distancias, e incluso con el tiempo pudo descender hasta lo más profundo de ellos.

También, las olas de esos mares han ido y venido durante siglos y siglos, erosionando los corales y piedras, llenando de blancura y de tonos grises las playas que tocan nuestros pies.   Esas mismas olas que nos traen tanto disfrute, son las que han hecho que hasta los más valientes sucumban ante su poderío; aun con todo el ingenio humano y con toda su tecnología, los océanos siguen devorando naves debido a sus tempestades.

Sin embargo; para quien los creó no representan ningún problema y hace con ellos lo que desea. En nuestra lectura devocional en el Salmo 114 nos encontramos con los israelitas cuando recién salían de su esclavitud en Egipto y ahora se enfrentaban con las aguas del Mar Rojo (Éxodo 14:13-31); los israelitas fueron testigos de su poder y del dominio de Dios sobre la naturaleza, y el salmista lo describe de forma muy poética, pero sus implicaciones son increíbles: “El mar lo vio y huyó” (Salmos 114:3) y luego agregó: “¿Qué tuviste, oh mar, para que huyeras?” (Salmos 114:5).  La respuesta está implícita: los mares obedecieron ante el mandato de Dios.

Cuando los mares de la adversidad nos golpeen, recordemos que hemos puesto nuestra confianza en alguien inmensamente superior. Así como los mares huyeron en su momento, según Su voluntad esas situaciones que te afectan también cesarán.

  1. El poder de Dios es más grande que tus problemas, confía en Él.
  2. Aun la más grande de las tormentas que puedas imaginar, cesará. Dios nunca te dejará solo en medio de ella.

HG/MD

“El mar lo vio y huyó; el Jordán se volvió atrás.” (Salmos 114:3).