Lectura: Romanos 6:1-14

Era el día antes de Navidad, cuando la pequeña niña de 3 años estaba muy emocionada al ver los regalos de la familia; tanta fue su curiosidad que empezó a sacudir suavemente cada regalo en un intento por descifrar qué había dentro.

Luego, en uno de esos momentos que los padres guardan en sus corazones, la pequeña tomó un lazo grande con colores vibrantes que se había desprendido de uno de los regalos y se lo puso sobre su cabecita.  Con una amplia sonrisa y ojos deslumbrantes dijo: “Mira papi, ¡soy un regalo!”

Al pensar en ese momento de fotografía, resulta sorprendente saber que en realidad todos los que somos hijos(as) de Dios, en verdad somos un regalo.  Un regalo por pequeño o insignificante que parezca, es una muestra de amor evidente hacia la persona a quien se lo damos.  En el caso de nosotros hacia Dios, debemos ofrecernos a Él haciendo lo mejor cada día para Su deleite (Romanos 12:1).  Los que en verdad se rinden a Dios por completo, podrán decir como Pablo: “…Cristo será exaltado en mi cuerpo, sea por la vida o por la muerte” (Filipenses 1:20).

En estas épocas conmemoramos el mejor de los regalos de Dios para la humanidad: Jesús.  Al entender que Su amor motivó ese regalo, la respuesta debe ser la rendición de nuestras vidas para Su gloria.

  1. La verdadera satisfacción y alegría no la encontrarás en los regalos temporales, tan sólo Jesús puede darte el gozo verdadero.
  2. Ofrezcámonos a Dios como regalos de amor, expresándole así cuanto lo amamos.

HG/MD

“Así que, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es el culto racional de ustedes” (Romanos 12:1).