Lectura: Proverbios 17:1-10

Como padres, desesperadamente queremos estar orgullosos de nuestros hijos, pero quizás nuestra primera preocupación debe ser que se sientan orgullosos de nosotros.

Después de haber escrito un libro que había recibido un premio, el editor me envió un rollo de etiquetas engomadas color oro diseñadas para adornar las tapas del libro.  Cuando mi hija de 8 años de edad las vio, ella pidió unas cuantas, sin tener idea de lo que representaban.  Las llevó a su rincón especial y las puso al lado de las pegatinas de dibujos animados al lado de la puerta de su habitación.   Ella estaba más feliz con mi acción de desprendimiento de las etiquetas, que con lo que ellas representaban.

No son nuestros logros los que influyen en nuestros hijos, sino nuestro carácter.  No es lo que hacemos, sino lo que somos lo que cuenta para ellos.  Nuestros hijos, ya sea niños, adolescentes o jóvenes adultos se sientan más impresionados por el tono de nuestra voz y por el abrazo al final del día, que por el tamaño del contrato que conseguimos en el trabajo.  Se preocupan más por lo bien que escuchamos, que por lo bien que nos vestimos.  Al final se trata de las elecciones morales que hacemos, y de no los campeonatos ganados o los reconocimientos obtenidos, las que producen esa calidad elusiva llamada respeto.

Una versión de los Proverbios 17: 6 (NTV) dice: «Los padres son el orgullo de sus hijos.»

1. Vamos a pedirle al Señor que nos haga padres de los cuales nuestros hijos puedan estar orgullosos.

2. Los niños son influenciados más por nuestro carácter que por nuestros logros.

NPD/DCM