Lectura: Romanos 8:31-39

Quizás los más jóvenes no recuerden lo que significó vivir durante la Guerra Fría, pero este fue un periodo lleno de temor. Durante buena parte de la segunda mitad del siglo 20, tanto rusos como estadounidenses, y el resto del mundo, vivieron bajo la amenaza de una guerra nuclear.  De hecho, los acontecimientos subieron de tono en 1962 hasta estar al borde de un bombardeo, en lo que se conoció como crisis de los misiles en Cuba.

Durante ese tiempo en las escuelas se llevaban a cabo ejercicios de seguridad, mediante los cuales se hacía sonar una alarma y los niños debían esconderse debajo de los pupitres, esto para “protegerse de un ataque nuclear”.  Por supuesto, hoy sabemos que eso no hubiera servido de nada ante un ataque de este tipo, pero a los niños les daba una “falsa” sensación de seguridad en medio de tiempos turbulentos.

Aunque para nuestra tranquilidad nunca se dio una guerra nuclear, lo cierto es que hoy nos siguen preocupando muchos peligros que encontramos en nuestro mundo, y algunos de ellos son espirituales.

Por ejemplo, en Efesios 6:12 se nos recuerda que todos los días vivimos en una guerra, pero espiritual: “contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales”.  Sin lugar a dudas estos son enemigos muy poderosos, pero Dios nos ha dado algo mejor, su presencia y su amor protector (Romanos 8:35, 38-39), además de los recursos espirituales que obtenemos de su armadura (Efesios 6:13-17).

  1. Así que, aunque enfrentamos una gran oposición, somos más que vencedores en Jesús (Romanos 8:37), en quien encontramos la verdadera seguridad.
  2. Nunca olvidemos ponernos su armadura todos los días.

HG/MD

“Por lo cual estoy convencido de que ni la muerte ni la vida ni ángeles ni principados ni lo presente ni lo porvenir ni poderes ni lo alto ni lo profundo ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).