Lectura: Salmos 59:1-17

Una familia fue de excursión a un parque nacional en donde se podía acampar; era la primera experiencia de ese tipo para los niños por lo que estaban muy emocionados y hasta habían llevado a la mascota de la familia, un pastor alemán de buen tamaño.

Una noche, mientras estaban en las bolsas de dormir, un ruido los despertó, entonces el padre encendió su linterna. Con la luz, pudieron ver varios pares de ojos amarillos espiando entre las sombras. Se trataba de un grupo de lobos que gruñían mostrando los dientes y estaban rodeando al perro. Aunque los espantaron y los niños metieron al perro en la tienda, luego de ese incidente, no pudieron dormir más.

Al pensar en esa noche de terror, recuerdo lo que dice el Salmo 59 y veo la frase que David repite dos veces, de manera casi idéntica: “Vuelven al anochecer, aúllan como perros…” (vv. 6, 14).   En el pasaje, el ejército de Saúl estaba acercándose para matar a David y él lo sabía.  Pero esto también puede aplicarse a nosotros cuando hay pensamientos que regresan amenazantes, en la noche, gruñendo y mostrando los dientes, diciéndonos: “eres un fracasado”; “mira dónde estás ¡perdiendo el tiempo en una iglesia mientras tus amigos se divierten!”; “nadie te necesita”; “creer en Dios es tan sólo para débiles mentales”, entre muchos otros más que nos mortifican.

Cuando esto sucede, podemos recordar el amor incondicional e infinito de Dios. Su inalterable fidelidad es nuestro refugio en la noche oscura de la duda y el temor (v. 16).

  1. No importa cuán amenazantes pueden ser tus adversarios, nadie se compara con el creador del mundo.
  2. Sé valiente, Jesús ha vencido: “Les he hablado de estas cosas para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción, pero ¡tengan valor; yo he vencido al mundo!” (Juan 16:33).

HG/MD

“Pero yo cantaré a tu poder y alabaré de mañana tu misericordia; porque fuiste para mí un alto refugio y un amparo en el día de mi angustia” (Salmos 59:16).