Lectura: 1 Juan 2:24-3:3

Al mirar un pequeño bebé, vienen a mi mente muchos pensamientos: son seres pequeños y con necesidad de ser alimentados, cambiados, tenidos en brazos, alimentados, cambiados, tenidos en brazos… totalmente incapaces de cuidarse, dependen de las personas mayores y más sabias que tienen a su alrededor.

Como creyentes también somos como los bebés: somos hijos dependientes, supeditados a nuestro Padre celestial. ¿Qué necesitamos de Él que no podamos proveernos solos? “… en él vivimos, nos movemos y somos…” (Hechos 17:28).  Dios nos da incluso el aire que respiramos. También suple nuestras necesidades “… conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).

Entre otras miles de cosas, también necesitamos que nuestro Padre nos brinde su paz en las dificultades (Juan 16:33), amor (1 Juan 3:1) y ayuda en momentos de necesidad (Salmo 46:1); Hebreos 4:16). Él da victoria sobre la tentación (1 Corintios 10:13), perdón (1 Juan 1:9), propósito (Jeremías 29:11) y vida eterna (Juan 10:28). Sin Él no somos capaces de hacer nada (Juan 15:5); y de Él, “todos nosotros recibimos, y gracia sobre gracia” (Juan 1:16).

No nos equivoquemos al pensar que la dependencia es un signo de debilidad, por el contrario, es un signo de confianza al saber que estamos en las mejores manos del mundo, y a diferencia de un bebé quien depende de padres que son propensos a fallar, en nuestro caso podemos estar seguros de que hemos confiado en alguien que jamás nos defraudará: Dios.

  1. No creamos la mentira de que somos totalmente independientes porque no es así. El Señor nos sostiene día a día, y lo más importante es que en Él somos sus hijos e hijas.
  2. Gracias Señor por sostenernos en cada paso del camino de la vida. 

HG/MD

“Porque “en Él vivimos, nos movemos y somos”. Como también han dicho algunos de sus poetas: “Porque también somos linaje de él” (Hechos 17:28).