Lectura: 1 Tesalonicenses 4:13-18

Una noche mientras regresábamos de una actividad navideña a la que asistimos, pudimos ver algo que nos llamó mucho la atención. 

El lugar por donde estábamos pasando no era exactamente el mejor de la ciudad, por el contrario, era conocido por sus delitos y su vida nocturna; había un rótulo rudimentario iluminado con luces que habían colocado sobre una pequeña iglesia, que decía: “En Jesús hay Esperanza”.   Ver ese letrero brillando en la oscuridad de la noche me hizo recordar que Jesús es y será siempre la única esperanza real para este mundo.

Al pensar en el pasado, imagino los días cuando Jesús aún no había nacido y las personas anhelaban la llegada del Mesías, aquel quien llevaría sobre sí nuestro pecado (Isaías 53:12).  Esperaban que llegara por medio de una virgen en la ciudad de Belén, la ciudad de David, y que lo llamaría Emanuel: “Dios con nosotros” (Isaías 7:14).  Así que la noche en la cual Jesús nació, fue cuando la esperanza se hizo realidad (Lucas 2:1-14).

A pesar de que ya no esperamos de nuevo a Jesús en forma de niño, Él continúa siendo nuestra fuente de esperanza, nuestra fe está depositada en su regreso, pero esta vez en gloria (Mateo 24:30); esperamos el hogar celestial que Él nos está preparando (Juan 14:2) y anhelamos estar con Él para siempre (1 Tesalonicenses 4:16).

  1. La esperanza no se ha escapado de este mundo, sigue estando tan viva como cuando los apóstoles vieron a Jesús desaparecer entre las nubes, sabemos que Él vendrá nuevamente a la tierra, pero esta vez en gloria, para reinar (Hechos 1:6-11).
  2. ¡Te esperamos, ven Señor! (1 Tesalonicenses 4:13-18).

HG/MD

“Pablo, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios nuestro Salvador y de Cristo Jesús nuestra esperanza” (1 Timoteo 1:1).