Lectura: Lamentaciones 3:19-26

La ciudad estaba en ruinas y la tristeza se había apoderado de los corazones de sus habitantes, no había esperanza, y les esperaba un futuro incierto en manos de los babilonios.  Este era el panorama que enfrentaban los habitantes de Jerusalén en el año 586 a.C.; muchos serían llevados como esclavos y sus posesiones ya no les pertenecían, incluyendo los tesoros de su amado templo.

Toda esta tragedia sucedió como resultado del juicio de Dios a la nación de Israel, un pueblo que no se arrepintió de sus malos caminos.  Sin embargo, de toda esta tragedia vale la pena rescatar, las lecciones que podemos aprender sobre cómo después de cometer errores y desviarse del buen camino, se pudieron acercar nuevamente a nuestro Señor.

A pesar de todo, Lamentaciones es un libro de esperanza, tanto para Israel como para nosotros, leamos Lamentaciones 3:21: “Esto haré volver a mi corazón, por lo cual tendré esperanza”.  Podemos aferrarnos a la esperanza debido al carácter de Dios, en quien encontramos rasgos de bondad y misericordia (Lam.3:22, 25), fidelidad (Lam.3:23), y salvación (Lam.3:25).

Así como la tristeza invadió a este pueblo en el exilio, las vidas sin Cristo, están vacías, debido al pecado que los aleja de Dios.  Pese a ello, podemos ser restaurados, pues Él nos perdonará cuando reconozcamos y nos arrepintamos de nuestros pecados.  Recordemos que: “…sus misericordias, nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad (Lam.3:22-23).

  1. Sólo en Jesús podemos obtener verdadera esperanza.
  1. Si tenemos nuestra esperanza puesta en Jesús, podremos decir: Grande es tu fidelidad.

HG/MD

“Bueno es el Señor para los que en él esperan, para el alma que lo busca” Lamentaciones 3:25