Lectura: Jeremías 3:11-15

Ya había sido demasiado, las canas habían blanqueado su cabello, su fuerza se había ido, su encanto juvenil lo había abandonado hacía ya muchos años, pero algo que no se había apartado de él era la culpa por un crimen cometido siendo muy joven y por el cual no había recibido su merecido.

A pesar de que el crimen había prescrito (ya no era perseguido por la ley), él decidió que tenía que confesar aquel crimen ante aquellos a quienes había causado un gran daño; cuando le preguntaron por qué había confesado su crimen tantos años después, sencillamente respondió: “¡Ya no pude soportarlo más!”  Que ilustración más clara de que la culpa es ineludible.

La confesión o el reconocimiento de culpas es la clave para resolver el problema.  Dios le llamó la atención a su pueblo por medio del profeta Jeremías, porque estaban cometiendo un error debido a su infidelidad.  Una y otra vez les advirtió que se les juzgaría por su negativa a reconocer que estaban cometiendo un mal, y por rehusarse a acudir a Él en busca de misericordia (Jeremías 2:35).  Les hizo un llamado a dejar de huir de lo que estaban haciendo y admitir su pecado (Jeremías 3:13).

  1. Deja de huir, reconoce tu error; por más que trates de encubrir tu pecado, eso no dará resultado; no puedes engañar a Dios.   Pide Su perdón y muestra arrepentimiento por tu mal andar, sólo así empezarás a experimentar la misericordia, amor y gracia de Dios.
  2. Confesar nuestros pecados delante de Dios, nos abrirá la puerta del perdón divino.

HG/MD

“El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona alcanzará misericordia.” (Proverbios 28:13).