Lectura: Génesis 1:1-31

Era un día como cualquier otro de 1903, el mes diciembre, el lugar la bahía de Kitty Hawk en Ohio, la ocasión la prueba del Flyer I con 35 kilos de peso, un motor de 12 caballos y Orville a bordo; fue lanzado con una catapulta y mantenido durante 12 segundos cubriendo 36 metros sobre la playa, todo un éxito para la época.

Unos años después de aquel increíble momento, Orville Wright reflexionó sobre su inspiración para volar, diciendo: “El deseo de volar es una idea que nos transmitieron nuestros antepasados, los cuales […] miraban con envidia a las aves que se elevaban libremente por el espacio, a toda velocidad, por encima de todo obstáculo, a través de la infinita carretera del aire”. Antes de diseñar sus aviones, los hermanos Wright pasaron mucho tiempo estudiando el vuelo de las aves.

En el libro del Génesis, leemos que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” (1:1), y luego dijo Dios: “Produzcan las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo”.

Por supuesto que reconocemos el ingenio de los hermanos Wright.  No obstante, el Creador, quien fue el que inicialmente hizo criaturas capaces de volar, merece la gloria suprema… ¡por las aves y por todo el resto de la creación que es obra de sus manos!

  1. Reconozcamos al Creador por el mundo increíble en el cual vivimos.
  2. Como parte de su creación, sirvamos para el propósito para el cual fuimos creados, ¡para su gloria! (Isaías 43:7).

HG/MD

“A cada uno que es llamado según mi nombre y a quien he creado para mi gloria, yo lo formé. Ciertamente yo lo hice” (Isaías 43:7).