Lectura: Deuteronomio 5:23-33

La anciana tiene una costumbre muy particular, desde hace ya algunos años, se ubica a algunos metros de una escuela primaria cerca de una carretera de alto tránsito.  Todas las mañanas y tardes de lunes a viernes, espera dentro de su auto y por medio del cristal, señala con un secador de cabello a quienes pasan a una velocidad considerable.

Muchos conductores confunden el secador que la anciana tiene en la mano con un radar y por ello disminuyen la velocidad de sus vehículos, así que: “¡Misión cumplida!”; ya que a pesar de que existen múltiples señales de tránsito que avisan de la cercanía de una escuela, la mayoría necesita de un castigo o recordatorio de castigo para obedecer la ley.

Desgraciadamente, esta historia nos recuerda la forma en la cual nos relacionamos con Dios; en lugar de tener una disposición natural para querer pasar tiempo con Él, la mayoría necesita la fuerza de las circunstancias para obedecerle.  Pero esto no es lo que desea nuestro Padre Celestial.

El Señor siempre desea que su pueblo le obedezca de corazón y no por compromiso.  Cuando los israelitas estaban listos para entrar a la Tierra Prometida, Moisés hizo un repaso de los diez mandamientos y luego les dijo las siguientes palabras: “¡Oh, si tuvieran tal corazón que me temieran y guardaran todos mis mandamientos todos los días, para que les fuera bien a ellos y a sus hijos para siempre!” (Deuteronomio 5:29).

  1. Dios no desea que le obedezcamos tan sólo por temor al castigo.  Él quiere que nuestra obediencia sea el resultado de un amor sincero que sale honestamente de un corazón agradecido.
  2. La obediencia a Dios fluye naturalmente de un corazón que ama a Dios.

HG/MD

“¡Oh, si tuvieran tal corazón que me temieran y guardaran todos mis mandamientos todos los días, para que les fuera bien a ellos y a sus hijos para siempre!” (Deuteronomio 5:29).