Lectura: 1 Timoteo 6:3-10

Vivimos en un mundo endeudado, y mucho de esto se debe al uso poco inteligente que muchas personas hacen de sus tarjetas de crédito. Lo primero que debemos entender sobre las tarjetas, es que el crédito que ofrecen por medio del plástico, se convierte en una deuda, no es una extensión del salario.

Algunas personas desarrollan el terrible y arriesgado hábito de lo que se ha denominado “transferencia”; para conseguirlo adquieren muchas tarjetas de crédito idealmente con periodos de pago distintos, entonces cuando alguna llega al día de pago, hacen adelantos de efectivo con otras tarjetas para pagar comúnmente el mínimo, esto es una bola de nieve que cada día crece y crece, y termina con lamentables consecuencias; lo peor es que muchos están conscientes de su problema, dicen que van a cambiar, pero la realidad es que casi nunca lo logran, lo que resulta finalmente en relaciones rotas, depresiones y en algunos casos con la muerte de alguna persona.

Muchas personas hacen lo mismo con su vida espiritual, se engañan a sí mismos al prometer que cambiarán, o que esta semana sí leerán la Biblia, o compartirán su fe con alguien más; viven su vida dando el mínimo, finalmente terminan con una vida estancada, llena de pecado y sin sentido.

Las buenas nuevas del evangelio, se resumen en que Jesús pagó la deuda completa que había sobre nuestras vidas, Él no hizo el trabajo a medias, ni pensó que habría otras oportunidades para salvar al mundo del pecado, sino que enfrentó el problema (pecado), lidió con las consecuencias (muerte) y logró el objetivo (salvación para quienes no tenían esperanza).

  1. ¿Cómo está tu vida espiritual, tienes deudas de compromiso, compresión, amor, perdón, o estás tomando las oportunidades que Dios te brinda invirtiendo el tiempo en los asuntos eternos? (Mateo 6:19-20).
  2. Jesús pagó la deuda que no debía, para cancelar la deuda que teníamos y que no podíamos pagar (Efesios 2:1-5).

HG/MD

“Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, fueron descarriados de la fe y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores” (1 Timoteo 6:10).