Lectura: Colosenses 3:22-4:1

La vida de los esclavos en el Imperio Romano no era fácil. Eran considerados “cosas”, y no tenían derechos. Algunos tenían amos buenos y un trabajo desafiante, pero a la mayoría de ellos sólo se les encomendaban tareas humildes. Trabajaban largas horas y tenían poco descanso.

Sin embargo, los creyentes podían vislumbrar la gloria en medio del difícil trabajo. Ya fuesen esclavos o amos, debían realizar su trabajo con dignidad. Eran siervos de Cristo y lo representaban en el mundo mercantil o en el hogar. Cada uno trabajaba para su Amo, Jesucristo, y lo hacía a cambio de un reconocimiento que a la larga vendría de Él.

Alguien captó el meollo de esta verdad cuando observó: “Si un hombre es llamado para que barra las calles, debería barrerlas de la misma manera en que pintaba Miguel Ángel, o en que Beethoven componía música o Shakespeare escribía poesía. Debería barrer las calles tan bien que las huestes celestiales tengan que hacer una pausa y decir: “Aquí vivió en gran barredor de calles, que hizo bien su trabajo”.

Puede que tu trabajo sea tedioso. Puede que tengas un patrón que no te aprecie o que no te pague lo que vales. Aunque siempre es una opción el cambiar de trabajo, en el tanto que estés trabajando para este empleador, debes hacer tu trabajo de tal forma que tu Maestro en los cielos pueda decirte un día: “¡Buen trabajo, bien hecho!”

  1. Todos los creyentes tienen el mismo patrón, simplemente realizan tareas diferentes.
  2. Entonces has tu trabajo con excelencia.

NPD/HWR