Lectura: Filipenses 2:1-11

El mar de la tranquilidad se extendía debajo de ellos, cuando el módulo Eagle, finalmente alunizó el 20 de julio de 1969; el comandante Neil Armstrong dio el primer paso en la luna, las imágenes en vivo fueron seguidas en televisión por millones de personas y fue en ese momento que Armstrong pronunció sus famosas palabras: “Es un paso pequeño para la humanidad”.

Dos mil años atrás, el Creador de la Luna, la Tierra y de todos nosotros, también dio un paso considerablemente distinto, a diferencia de este astronauta, descendió del cielo a la tierra (Filipenses 2:5-8), aquel que es la Palabra eterna (Juan 1:1, 14) caminó entre nosotros en forma humana, sin dejar de ser Dios.  Este sin duda fue un paso asombroso que mostró su amor por nosotros.

Hizo todo esto con el fin de poder morir por nosotros, para que por medio de Él fuéramos perdonados.  Por si fuera poco, nos envió al Espíritu Santo, quien además de estar en nosotros, nos capacita para poder vencer la tentación y echar de nuestro ser todo orgullo que nos pueda hacer difícil caminar por fe; es así que de esta forma también podemos amar verdaderamente a otros (Filipenses 2:3-4).

Un paso en la luna pudo haber unido a la humanidad en una transmisión por unos minutos; pero se convierte en algo intrascendente cuando lo comparamos con lo que Dios hizo al descender por una humanidad que no lo merecía.

  1. El paso que dio Cristo hace tantos siglos, une a todos los que hemos decidido seguirle, produciendo en nosotros un sentimiento de humildad y amor por otros que también merecen caminar al lado de nuestro Señor.
  2. Ir a la luna fue algo asombroso, morir voluntariamente por quienes no lo merecían, es algo que no podemos expresar con palabras, ¡Aleluya, gracias Jesús!

HG/MD

“Y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:8).