Lectura: Juan 4:4-15

Un día salí a comer con un buen amigo al cual no había visto por algún tiempo por razones de trabajo y complicaciones con nuestras agendas. Desde hacía mucho tiempo había querido verlo, pues estaba pasando por un tiempo familiar difícil que lo había llevado a una depresión. Me contó que incluso tuvo que asistir donde un médico que le recetó medicamentos y estaba asistiendo a consejería profesional; pero además me dijo algo que aún resuena en mis oídos: “A pesar de todo lo que he vivido, Jesús me da una razón para vivir”.

Ya sea que estemos pasando por un tiempo difícil en nuestra vida espiritual, padeciendo alguna aflicción física, o nos encontremos bien física y mentalmente, siempre necesitaremos una razón para vivir. Si nos dedicamos simplemente a existir día con día, tarde o temprano nos encontraremos en un punto donde sentiremos que no avanzamos, que no vamos a ningún lugar y nuestra vida carece de sentido, lo cual es terriblemente malo.

Puede ser que nuestra vida esté llena de actividades, pero si Jesús no está presente a lo largo del día, al terminar en nuestras camas sentiremos que todo el cansancio no valió la pena, simplemente fue otro día más y no existe un propósito eterno en lo que hacemos.  Si, por el contrario, somos conscientes de que cada minuto y cada hora del día son oportunidades para testificar de lo que puede hacer Cristo a través de una vida comprometida como la nuestra, cada cosa que hagamos reflejará nuestra relación con el Señor y lo vivificante que es tenerlo presente en cada instante de nuestra vida: “Y todo lo que hagan, háganlo de buen ánimo como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).

  1. ¿Realmente estás viviendo una vida que valga la pena vivir?
  • La mejor razón para vivir es Jesús.

HG/MD

“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).