Lectura: 2 Timoteo 4:1-8

En el pasado, la mayoría de las casas estaban iluminadas por velas.  Las velas proporcionaban calor y luz en las casas durante las noches oscuras y los días de invierno; nuestros antepasados sabían que, necesariamente las velas deben gastarse para completar su cometido, de lo contrario su existencia pierde sentido.

Así como las velas se gastan para cumplir con su propósito, como creyentes debemos anhelar “gastarnos” para Dios. No obstante, a pesar de esto, la mayoría de las ocasiones nos gastamos en cosas inútiles causadas por las tensiones de la vida que nosotros mismos provocamos.

Cuando nos damos cuenta de esto y empezamos a darle a Cristo el lugar que debe tener en nuestras vidas, entendiendo que debemos depender de Él cada día más, la “vela” que ilumina nuestra vida se enciende de nuevo para Su uso (Mateo 5:14-16).

Un creyente cuya vida no esté gastada para Dios, es como una vela que no se enciende, es inservible.  Gastarse para Dios implica vivir sabiamente a Su servicio, tal como lo indica el apóstol Pablo: “…de muy buena gana gastaré yo de lo mío, y me desgastaré a mí mismo por sus almas…” (2 Corintios 12:15).

  1. Fuimos hechos para ser el reflejo de la luz de Jesús en este mundo.
  2. Lo importante no es cuánto hacemos para Dios, sino cuánto hace Dios a través de nosotros.

HG/MD

“Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).