Lectura: 2 Timoteo 1:1-5

Una extraordinaria mujer escribió un maravilloso ensayo en el cual describe de forma clara y sin llegar a quejarse, los sacrificios que acompañan el estilo de vida que ella escogió al ser ama de casa; a continuación un extracto: “No es muy glamoroso el lidiar con las necesidades de un niño que llora y llora debido a que un diente le está brotando en su pequeña boquita, o arreglar las constantes disputas de dos hermanos, escuchar la incesante cuchara que golpetea el plato solicitando más comida deliciosa.  A pesar de todo y de las opiniones que desvalorizan mi trabajo, encuentro felicidad y realización al brindarle bienestar a mi familia”.

El importante papel de una buena madre en la vida de un niño no se puede medir, debido al impacto positivo que causa en su desarrollo.  Tenemos como ejemplo a las madres que trabajan fuera de su hogar, quienes muchas veces después de su jornada laboral encuentran tiempo de donde no hay para dedicarlo a sus hijos e hijas.

Al pensar en esto, la Biblia nos hace un bello recordatorio de esta verdad en la vida de Timoteo uno de los discípulos de Pablo.  En la segunda carta que Pablo le dirige a este hombre, reconoce el valioso papel en la vida de Timoteo que tuvieron su mama y abuela: “Traigo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy convencido de que también en ti.” (2 Timoteo 1:5).  Dios usó a dos generaciones de madres amorosas para preparar a Timoteo para que este desarrollara la labor de divulgar el evangelio entre las personas que no conocían el regalo de Dios (2 Timoteo 1:8) y para que preparará a otros para la obra de Dios: “Lo que oíste de parte mía mediante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” (2 Timoteo 2:2).

  1. Demos gracias a Dios por las madres que no sólo cuidan a sus hijos físicamente, sino que también los alimentan espiritualmente.
  2. Es nuestro privilegio el compartir con otros las buenas nuevas.

HG/MD

“Traigo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy convencido de que también en ti.” (2 Timoteo 1:5)