Lectura: Job 40:1-4

Durante un partido de fútbol en el cual se disputaba la gran final del campeonato, el árbitro central escuchó durante más de 30 minutos, las incesantes quejas de uno de los futbolistas quien protestaba por cada una de sus decisiones.

De acuerdo con lo reportado en el informe arbitral, al llegar al minuto 35, nuevamente el jugador protestó con ira por una de sus decisiones y fue ahí el momento cuando tomó una decisión al respecto.  Detuvo el juego, llamó al jugador y le dijo con un tono calmado pero firme: “Muchacho, has estado tratando de ayudarme diciéndome constantemente cuáles faltas son correctas y cuáles no según tu punto de vista, que curiosamente siempre está a favor de tu equipo. Te agradezco esas sugerencias, pero debo decirte que así como tú sabes jugar bien en tu puesto de defensa, también yo sé las reglas del juego y cómo hacerlas respetar.  Así que en este momento te voy a pedir que te vayas al cuarto de vestir de tu equipo y les enseñes cómo ducharse, estás expulsado”.

En los últimos capítulos de su libro, Job optó por quejarse sobre la situación que estaba pasando, la cual no le parecía justa.  En su caso muy particular Dios era su árbitro.  Después de escuchar las objeciones y quejas de Job, Dios le indicó cuál era la perspectiva correcta; fue suave pero también firme y directo, el Señor le hizo todo tipo de preguntas para poner en el lugar correcto al hombre finito delante del Dios infinito.  Al terminar el día y ante los argumentos de Dios, Job dejó de quejarse y encontró finalmente la paz al rendirse ante la voluntad de Dios.

  1. Señor, cuando nos quejemos por las “injusticias” de la vida, recuérdanos cuanto dependemos de ti, y cuánto nos has dado inmerecidamente; gracias por tu amor que llegó al punto de dar la vida por nosotros.
  2. Cuando estés tentado a quejarte, recuerda todo lo que Jesús soportó por ti.

HG/MD

“Reconozco que tú todo lo puedes y que no hay plan que te sea irrealizable.” (Job 42:2)