Lectura: Jeremías 3:4-10

Mientras estaba estacionando, un hombre chocó por accidente un automóvil último modelo que se encontraba al lado; cuando se dio cuenta del gran problema en que se había metido, decidió hacer algo, tomó un pedazo de papel y un lápiz que había en su auto, empezó a fingir que escribía una nota, la puso en el limpia parabrisas del auto al cual había colisionado, y luego salió rápidamente del parqueo.  Las personas que lo observaban pensaron “que persona más responsable”, pero cuan equivocados estaban.

Esta historia es muy similar a otro fingimiento del que leímos en nuestra lectura devocional en Jeremías 3; Judá el pueblo de Dios, fingía que estaba muy interesado en llamar Padre y amigo a Dios, no obstante, hacia todo el mal que fuera posible (Jeremías 3:4-5).  Sólo fingían que estaban arrepentidos mientras que sus corazones estaban buscando como escabullirse en pos del pecado.

Fingir es una práctica que ha estado con nosotros desde el principio y no ha pasado de moda, y es tan común que muchas veces la tomamos como una práctica aceptable.  Es muy sencillo decir: “Sí, creo en Dios, Jesús es mi Salvador, murió por mis pecados, merece toda la adoración y servicio de mi parte”.  Pero, ¿seguimos tan claros con nuestros pensamientos cuando nadie nos ve o cuando surge la tentación?  En ocasiones vivimos una vida muy “buena” ante los ojos de otros, pero estamos viviendo una gran mentira al fingir acciones de fe. Esto no es bueno ni agradable delante de los ojos de Dios.

  1. Las buenas intenciones ante los demás no son suficientes, necesitas a Dios en tu vida.
  2. Al acercarte cada vez más a Dios, desearás con entusiasmo que otros descubran lo que Él está haciendo en tu vida y lo que puede hacer por ellos.

HG/MD

“Traigo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy convencido de que también en ti” (2 Timoteo 1:5).