Lectura: Lucas 2:22-38

Desde hace algunos años se viene incrementando una tendencia a nivel mundial de personas a quienes les gusta realizar avistamiento de aves, esto sucede especialmente en momentos en los cuales se empiezan a dar las grandes migraciones, algunos pagan cantidades significativas de dinero para poder estar en el momento indicado, en el lugar indicado.  Muchos hasta construyen o alquilan refugios elaborados en lo alto de los árboles, en los cuales se sientan durante muchas horas a esperar que la anhelada ave cruce frente a los lentes de binoculares y de sus cámaras.

Al pensar en este tipo de personas que tienen una paciencia extraordinaria para esperar el momento preciso, me vienen a la mente lo impacientes que podemos ser cuando tenemos que esperar a que Dios actúe.

Tendemos a pensar que “esperar” es sinónimo de “pérdida de tiempo”.  Si tenemos que esperar por algo o a alguien por más tiempo del que consideramos suficiente, empezamos a sentir que no estamos haciendo nada, además de una sensación de enojo y malestar.  Desgraciadamente, vivimos en una cultura que está obsesionada por el hoy y el ahora, por los logros cortoplacistas, y todo lo que no encaje en el molde es considerado una pérdida de tiempo.

Sin embargo, crear el hábito de la paciencia nos deparará muchas cosas buenas, en especial si hablamos de nuestra fe. Aquellos cuya fe es débil suelen ser los primeros en rendirse, mientras que los de fe más fuerte están dispuestos a aguardar indefinidamente.

  1. Al recordar la historia de Simeón y Ana, vemos a dos personas que demostraron su fe ya que estaban dispuestos a esperar; ellos no desperdiciaron su tiempo ya que sabían que Dios tenía el control, así que siguieron con su servicio hasta que Dios los premió con ser testigos de la venida del Mesías (Lucas 2:22-38).
  2. No recibir una respuesta inmediata a una oración no es razón para abandonar la fe.

HG/MD

“Por tanto, el Señor espera para tener piedad de ustedes; por eso, se levanta para tener misericordia de ustedes. Porque el Señor es un Dios de justicia, ¡bienaventurados son todos los que esperan en él!” (Isaías 30:18).