Lectura: Filipenses 3:7-16

Creo que la mayoría en algún momento de nuestra vida ha oído hablar de la fábula de Esopo: “La Liebre y La Tortuga”.  En esta fábula la liebre se fanfarronea por ser el animal más rápido del bosque. 

Es por ello que cuando organiza una carrera, para la extrañeza de todos sólo la tortuga acepta su desafío. A la liebre le parece injusta la competencia debido que, según ella, iba a ganar fácilmente, pero acepta con tal de demostrar su superioridad, y tan pronto como empieza la carrera se queda atrás.

Como la liebre creía que ya la carrera estaba ganada, decide tomar una siesta, pero la tortuga sigue su lento pero seguro paso. En un momento la liebre despierta y no ve a la tortuga, dice para sí: “Todavía no me ha alcanzado”, así que sigue descansando, pero cuando decide continuar hacia la meta, se sorprende al ver que la tortuga está cruzándola.

De forma similar, muchos creyentes se mueven por la vida de manera pretenciosa, pensando que son mejores que otros, haciendo paradas y comienzos tan sólo para demostrar cuán buenos son, y hasta se burlan del paso de otros creyentes.  Se olvidan de que el aprendizaje, el crecimiento y las victorias en la vida cristiana son experiencias graduales.

Al igual que el apóstol Pablo, nuestro objetivo de vida debe ser seguir a Cristo en nuestro camino de obediencia y fe de forma constante y segura. 

  1. En el camino a la madurez espiritual no hay atajos.
  2. La perseverancia es una de las características que más hace crecer nuestro carácter como creyentes (Romanos 5:3-4).

HG/MD

“Entonces volví a observar debajo del sol que no es de los veloces la carrera, ni de los valientes la batalla, ni de los sabios el pan, ni de los entendidos las riquezas, ni de los conocedores la gracia; sino que a todos les llegan el tiempo y el contratiempo” (Eclesiastés 9:11)