Lectura: 1 Crónicas 16:23-33

Era una soleada tarde, el cielo azul se extendía ante mí y el viento soplaba tranquilamente refrescándolo todo; de repente a lo lejos pude observar una pequeña nube en el horizonte, ¿qué hacía ahí esa nube en una tarde tan perfecta como esta?  Así que quité mi atención de ella.

Sin embargo, después pasó algo que me confundió, súbitamente la nube comenzó a moverse de una forma inesperada, y su tonalidad empezó a cambiar, cambiaba de un tono oscuro a un tono parecido a la plata reluciente, y sin esperarlo desaparecía para reaparecer con una forma diferente a la anterior.

En ese momento me di cuenta que no era una “nube”, era una bandada de pajaritos. Cuando se acercaron pude ver sus alas en un rítmico y coordinado movimiento, cual bandera ondeante se desplazaban con mucha gracia por aquel cielo soleado en aquella hermosa tarde.  Todo esto pasaba mientras en mis audífonos, escuchaba melodías de alabanza, y parecía que las aves se desplazaban subiendo y bajando al son de aquella música de adoración.

Al mirar a mi alrededor, vi a otras personas que disfrutaban del espectáculo, reían y corrían con sus hijos disfrutando el día, y me pregunté si esas personas eran conscientes que en ese momento formaban parte del auditorio del Todopoderoso. En ese momento realmente sentí como si toda la creación se regocijara en su bondad (1 Crónicas 16:23-33).

1. Gracias Señor, por permitirnos disfrutar de las maravillas del mundo que has creado, gracias por recordarnos que toda la creación, incluyéndonos, forma parte de tu canción y sinfónica divina.

2.    Señor, que nuestra alabanza sea tan hermosa para ti como es tu creación.

HG/MD

“¡Alégrense los cielos, y gócese la tierra! Que digan entre las naciones: “¡El Señor reina!” (1 Crónicas 16:31).