Lectura: Juan 15:1-8

El Señor, nunca nos pidió ni a ti, ni a mí, que compartiéramos las buenas nuevas del evangelio nosotros solos.  De hecho, es imposible; lo que sí nos pidió es que llevásemos mucho fruto (Juan 15:8).

Una vez vi una explicación de cómo funciona el efecto de la multiplicación en la producción de plantas, en la ilustración ponían granos de maíz en un tablero de ajedrez, en el primer cuadro ponían 1 grano, en el segundo 2, en el tercero 4, en el cuarto 8, en el quinto 16, en el sexto 32, en el séptimo 64 y así sucesivamente, hasta que no se veía el tablero; la pregunta era: ¿a este ritmo de multiplicación, cuántos granos habrían en el cuadro número 64?

La respuesta es un número difícil de imaginar: un 9 seguido por 21 ceros, esta cantidad de granos suficiente como para cubrir aproximadamente 1.5 veces todo el territorio de México hasta una altura de 15 metros, esto es inimaginable.

Si llevamos a la práctica este principio a nuestra vida como creyentes el resultado sería extraordinario, si compartiéramos nuestra fe en Jesús una vez al año y esa persona compartiera el evangelio con otra y esa persona con alguien más, y así sucesivamente el potencial de multiplicación del evangelio sería maravilloso, ese es el mucho fruto al que hace referencia el Señor.

Piensa por un momento en el impacto que habría sobre nuestro mundo si tan sólo compartiéramos el mensaje del evangelio con una persona, una vez al año, esto si está sucediendo en algunos lugares.

  1. Al ver estos números, debes preguntarte muy sinceramente, ¿cuándo fue la última vez que compartí mi fe con otra persona y por qué no lo hago más a menudo?
  2. Para que una cosecha sea fructífera, se requiere de obediencia al mandado de Dios de llevar mucho fruto.

HG/MD

“En esto es glorificado mi Padre: en que lleven mucho fruto y sean mis discípulos” (Juan 15:8)