Lectura: Apocalipsis 5:1-14

Cuando el autobús en que viajábamos tomó la curva, no estaba preparado para impresión que tuve, ahí frente a mis ojos se extendía el mar de Galilea, aquel lago de aguas cristalinas llenó mis pupilas, el sol que brillaba sobre las olas parecía bailar al compás de la brisa que soplaba. 

Mi mente inmediatamente se remontó a mis lecturas de los evangelios, ese fue el mismo mar en el que nuestro Señor navegó tantas veces al lado de sus queridos discípulos, el que se calmó obedeciendo a sus palabras, en sus montes cercanos el Maestro predicó a las multitudes, alimentó al hambriento y en las ciudades, ahora en ruinas, que lo circundan, los habitantes de aquellos tiempos oyeron Sus palabras de vida.

Al llegar a Jerusalén, también pude pensar sobre las realidades de la vida de Jesús, en aquellos quienes lo odiaron, y los que lo amaron; los que encontraron alivió y verdad en sus dichos y los que recibieron condenación por sus malos caminos; los que lo recibieron como a rey y los que una semana después lo entregaron a manos del procurador romano; los que lloraron su muerte y los que celebraron su resurrección.

Aunque aquellas vivencias en tierras de Israel, en verdad no me hicieron más aceptable ni cercano a Dios, si me llevaron a esperar con más deseo el día en que estemos ante Su presencia.

  1. Nada superará estar para siempre al lado Jesús, ni aun estar donde el caminó alguna vez.
  2. Nuestro mayor deseo en la vida debe ser estar algún día con Jesús.

HG/MD

“Y oí a toda criatura que está en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, diciendo: “Al que está sentado en el trono y al Cordero sean la bendición y la honra y la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:13).